Cuando una persona se adentra en un emprendimiento, inicia una carrera donde el logro del propósito es la meta final.
Esta realidad es lo que da un objetivo y una misión que serán los motores de toda una startup.
Cuando un proyecto de emprendimiento comienza sin una meta clara, las probabilidades de éxito disminuyen, aunque no desaparecen por completo. En todo caso, lo ideal es que la meta sea clara para que impulse el inicio del emprendimiento.
El primer inconveniente con las metas es que pueden percibirse como grandes, y en la mayor parte de las ocasiones lo son, convirtiéndose en un elemento intimidatorio que hace dudar al emprendedor. Lo mejor, por tanto, es siempre asumir el proyecto como un reto de superación.
Una estrategia recomendada para metas muy grandes e intimidantes es fraccionarlas en unas más pequeñas, que además deberían tener fecha de caducidad.
Una meta más pequeña es más asumible y si tiene un tiempo estimado para ser cumplida, nos ayudará mucho a crecer y ser más eficientes.
Una cosa es segura y es que todas las pequeñas metas cumplidas se irán sumando hasta completar la gran meta que nos habíamos propuesto al principio.
Cuando esto sucede ocurren dos cosas: una de ellas es una sensación de satisfacción y la otra es una crisis por haber perdido la meta que había inspirado todo un proyecto de emprendimiento.
Este punto no es motivo para detenerse y fracasar por no tener una razón para continuar. La salida para este tipo de situaciones es el plantearse una nueva meta y repetir el ciclo desde el principio.
La ventaja es que el nuevo ciclo será un terreno más conocido, y el emprendedor podrá plantearse nuevas formas de hacer las cosas.